Esta semana me voy a permitir la licencia de compartir con mis lectores unas reflexiones sobre lo que nos distingue como especie.
Como seres humanos, somos concebidos, crecemos, vivimos y morimos en conductas y acciones que giran en torno a la palabra y a la reflexión que hacemos de nuestra realidad, con el lenguaje como instrumento (el logos). En una acción, lo importante es el efecto o consecuencia de lo que hacemos; mientras que en una conducta, lo importante son las repercusiones de lo que hacemos en los demás, es decir, la relación. Toda realidad humana es social ya que se basa en la interrelación entre congéneres dentro del lenguaje.
¿Podéis imaginar un mundo sin comunicación, en el que nadie se hablase? Imposible. Le hice esta misma pregunta a mi hija cuando tenía 8 años y su respuesta fue inmediata: “Papá, hablamos porque si no nos volvemos locos”. Por ello es fácil deducir que lo central del fenómeno social humano se da en el lenguaje, ya que sólo ahí tiene cabida la reflexión (es decir, el pensar) y la autoconciencia que nos distingue de los animales (es decir, la capacidad de preguntarse qué soy).
El lenguaje, en un sentido antropológico, es el origen de lo humano. El lenguaje saca la biología humana del ámbito de la pura materia (el cuerpo), y pone al alcance del hombre un mundo de descripciones de sí mismo y de su entorno (la conciencia).
De lo anterior podemos concluir que cualquier organización humana, sea una familia, una empresa, una iglesia o la misma comunidad de vecinos, es, en esencia, una red de conversaciones. El devenir de cualquier organización va a depender de las infinitas conversaciones que se generen, en las que se comparten pensamientos, deseos y emociones, como la cualidad intrínseca que nos hace humanos.
Imagen: Wikimedia
Todos los logros de la especie humana, tanto en su grandeza como en su miseria, han implicado la utilización del lenguaje. Como humanos, empleamos el lenguaje con dos funciones bien distintas:
Todos nos marcamos objetivos: ampliar nuestro negocio, una determinada facturación, unos beneficios, trabajar menos horas a la semana, etc.
En la entrega anterior, invitábamos a la
Es tiempo de buenos propósitos de cara al año que acaba de comenzar: objetivos a cumplir, restos a superar, proyectos, etc.
El título de este post hace referencia a un viejo aforismo muy conocido en el mundo empresarial anglosajón.
Una encuesta publicada por una prestigiosa consultora americana nos sorprendía con el siguiente dato: Sólo el 20% de los trabajadores sienten pasión por su trabajo.
La felicidad no depende de lo que te ocurre en la vida, ni de lo que tienes o quién eres, sino de cómo interpretas y aprendes de tu experiencia. A menudo nos preguntamos por qué hay personas capaces de ser felices sin aparentes motivos y otras infelices con objetivas razones para no serlo.
¿El cliente es un regalo para ti o somos un regalo para el cliente?
Buena parte del clima laboral depende de las relaciones que mantenemos con quienes compartimos ese espacio. El “buen rollo” propicia no sólo la felicidad y la motivación, sino que facilita el dar lo mejor de nosotros y repercute directamente en el desempeño.



