El origen de lo humano

Esta semana me voy a permitir la licencia de compartir con mis lectores unas reflexiones sobre lo que nos distingue como especie. 

Como seres humanos, somos concebidos, crecemos, vivimos y morimos en conductas y acciones que giran en torno a la palabra y a la reflexión que hacemos de nuestra realidad, con el lenguaje como instrumento (el logos). En una acción, lo importante es el efecto o consecuencia de lo que hacemos; mientras que en una conducta, lo importante son las repercusiones de lo que hacemos en los demás, es decir, la relación. Toda realidad humana es social ya que se basa en la interrelación entre congéneres dentro del lenguaje. 

¿Podéis imaginar un mundo sin comunicación, en el que nadie se hablase? Imposible. Le hice esta misma pregunta a mi hija cuando tenía 8 años y su respuesta fue inmediata: “Papá, hablamos porque si no nos volvemos locos”. Por ello es fácil deducir que lo central del fenómeno social humano se da en el lenguaje, ya que sólo ahí tiene cabida la reflexión (es decir, el pensar) y la autoconciencia que nos distingue de los animales (es decir, la capacidad de preguntarse qué soy). 

El lenguaje, en un sentido antropológico, es el origen de lo humano. El lenguaje saca la biología humana del ámbito de la pura materia (el cuerpo), y pone al alcance del hombre un mundo de descripciones de sí mismo y de su entorno (la conciencia). 

De lo anterior podemos concluir que cualquier organización humana, sea una familia, una empresa, una iglesia o la misma comunidad de vecinos, es, en esencia, una red de conversaciones. El devenir de cualquier organización va a depender de las infinitas conversaciones que se generen, en las que se comparten pensamientos, deseos y emociones,  como la cualidad intrínseca que nos hace humanos.

 

Imagen: Wikimedia

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