El liderazgo empieza con la voluntad, única capacidad del ser humano para que nuestras acciones (nuestros comportamientos) sean consecuentes con nuestras intenciones.
Con la voluntad adecuada asumimos el reto que tiene que ver con identificar y satisfacer las legítimas necesidades (no los deseos) de aquellos a los que dirigimos. Satisfacer sus necesidades implica servirles y sacrificarnos por ellos, de este modo estamos forjando nuestra autoridad. Sólo entonces nos ganamos el derecho a ser llamados líderes.
Muchas empresas languidecen o mueren porque sus gerentes se centran en la actividad económica de producir bienes y servicios, y se olvidan que la verdadera naturaleza de sus organizaciones es la de una comunidad de seres humanos. Las empresas fracasan porque tan sólo se ocupan de los aspectos físicos de su ser (beneficios y crecimiento) e ignoran las necesidades emocionales, mentales y espirituales de las personas.
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