No salgo de mi perplejidad cuando escucho a los ciudadanos -al ser preguntados por la difícil situación por la que atraviesa nuestro país- lanzar diatribas contra la clase política que nos ha gobernado, nos gobierna e, incluso, la que nos gobernará. Saltamos como un resorte cuando oímos la palabra “crisis” y automáticamente parece inevitable completar la segunda parte del binomio añadiendo: “políticos”.
Entiendo que ante un panorama de tal envergadura, cada uno tenemos que asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde; los políticos tienen mucha, muchísima, y esto es indiscutible.
Pero salir del marasmo en el que nos encontramos exige un cambio de actitud radical por parte de la ciudadanía. La mejor manera de permanecer en la sima es apuntar con el dedo, echar balones fuera eludiendo toda responsabilidad y esperar que sean otros los que resuelvan nuestros problemas. Esta actitud es…¡suicida!
En los últimos tiempos se habla mucho de emprendimiento: tomar la iniciativa y ofrecer tus servicios, aportar valor y generar negocio. Ahora bien, esto nadie lo puede hacer por ti. Es cierto que quienes nos gobiernan deben estimular, favorecer, eliminar trabas e impuestos y generar un clima que debilite al mayor enemigo del emprendimiento: el miedo.
Mas emprender no es únicamente montar un negocio o crear una empresa. Muchos de los que lean este post pueden pensar: “yo ya abrí mi centro veterinario, tengo mi negocio, esto no va conmigo, yo ya emprendí…”. Error.
Emprender –también- es hacer diferente, probar lo que hasta ahora no hemos hecho por falta de atrevimiento o porque no hacía falta.
Emprender es diseñar nuevos servicios anticipándose a las necesidades futuras del cliente.
Emprender es cambiar las relaciones que mantengo con mis colaboradores, ofreciéndoles, por ejemplo, ligar la retribución a su productividad.
Emprender es cuestionarse permanentemente: cómo gestiono mi empresa, cómo puedo obtener lo mejor de mis colaboradores, cómo puedo –hoy- sorprender a mis clientes.
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