Elegimos voluntariamente el ejercicio físico al hacer deporte. Todo entrenamiento entraña un objetivo: ganar una competición, mejorar una marca o estar en buena forma. Cuando vamos al gimnasio o salimos a correr, aceptamos de antemano una determinada dosis de sufrimiento. Lo damos por bueno, ya que es el precio a pagar para alcanzar un estado físico que conlleva salud y bienestar. Tenemos plenamente aceptado y asumido la igualdad:
“sacrificio + esfuerzo = salud + bienestar”
¿Por qué no adoptamos la misma actitud ante las dificultades, problemas y reveses que con excesiva opulencia nos trae el día a día?
¿Por qué no aceptamos lo inevitable de lo que acontece como la pesa que nos va ayudar, con sacrificio, sudor, y a menudo lágrimas de rabia, a aprender, a hacernos más fuertes, con más recursos y más sabios, para hacer frente y salir airosos ante cualquier adversidad?
¿Verdad que cuando vamos al gimnasio no nos enfadamos con la pesa y la tiramos lejos? ¿Por qué, entonces, nos rebelamos ante los problemas, cuando cualquier contratiempo puede ser una magnífica pesa que la vida ofrece para desarrollar nuestras habilidades?
Y no solamente habilidades. Nuestro espíritu se forja ante la adversidad. La generaciones que a lo largo de la Historia mayores avatares han sufrido, una vez superado las adversidades, han sido artífices de grandes logros.
Nadie busca sufrimientos ni tribulaciones, pero cuando la adversidad parece inevitable, conviértela en tu aliado.
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