El nuestro se trata –posiblemente- de uno de los pocos negocios en los que el incremento de la productividad no es el primer criterio a la hora de hacer una inversión.
Por productividad entendemos el rendimiento obtenido de los recursos -tanto financieros como humanos- invertidos.
Dejando aparte el componente “egoico” que nos mueve con tanta frecuencia a tomar las decisiones de inversión –a menudo sin mucha lógica financiera ni empresarial-, podríamos decir que invertimos para trabajar mejor. Es cierto. Pero no siempre trabajar mejor implica necesariamente ser más productivos.
Oigo con frecuencia que la inversión, por ejemplo, en una reveladora digital, merece la pena ya que ganamos en calidad –cierto- y ahorramos tiempo –falso-. Verdad es que el tradicional revelado con líquidos en el cuarto oscuro requiere su engorrosa dedicación, pero ¿no quedamos en que lo que ahora precisamente faltan son clientes y que durante buena parte del día la sala de espera está vacía?
Me fascina –como a casi todos- la tecnología. Pero en los tiempos que corren, una mente empresarial consecuente debe primar, a la hora de invertir los escasos recursos disponibles, aquello que nos haga producir más y mejor. Y producir más en nuestro negocio es:
1º Cobrar todo lo que se hace
2º Cobrar todo el tiempo empleado
3º Explicar –en lenguaje entendible para el cliente- la importancia de los tratamientos
4º Hacer seguimiento telefónico de los casos clínicos y tratamientos
5º Hacer las suficientes y necesarias pruebas diagnósticas
6º Plantear –siempre- opciones al cliente (sin jamás prejuzgar su cartera)
7º Diseñar protocolos e implementarlos
Todo lo anterior tiene que ver con el aprendizaje y el entrenamiento de los equipos en técnicas específicas de comunicación para dar VALOR a lo que hacemos y –lo más importante- que el cliente así lo perciba.
¿Invertir para aumentar la productividad? Tan sencillo, y tan barato, como formar y entrenar a los equipos.
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